Año obra: 2024
Año proyecto: 2017
Estado: Construido
Localización: Calle Camino de San Marcos s/n. Porcuna (Jaén)
Promotor: Ilustre Ayuntamiento de Porcuna
Arquitecto: Pablo M. Millán Millán
Colaboradores: Javier Serrano Terrones (Arq. Técnico); José Miguel Fernández Cuadros (Arq. Técnico); Javier Bengoa Díaz (Estructura); Inmaculada Cervera Montilla (Arquitecta); Cristian Castela González (Arquitecto); David Vera García (Arquitecto); Antonio Castro Carmona (Arquitecto); Pilar Aragón Maza (Restauración); Luis Alberto Carretero López (Restauración); ARQVIPO (arqueología).
Construcción: TRAGSA
Fotografía: Javier Callejas Sevilla
Ubicada sobre la ciudad romana de Obulco, la cisterna de La Calderona de Porcuna (declarada Bien de Interés Cultural en 2014) es un depósito de agua que, dada su tipología, se presupone vinculado a una infraestructura hídrica del municipium, posiblemente unas termas públicas. El crecimiento de la población y la necesidad de expandir los límites de la urbe hicieron que, en la misma época del Imperio, los habitantes de la que llegó a ser la ciudad amurallada más extensa de la España romana cubriesen la zona con grandes pilares de piedra sobre los que se asentaron nuevas construcciones. El paso de los siglos y el devenir de la historia fueron añadiendo sucesivas capas que contribuyeron a que la edificación preexistente quedase definitivamente sepultada, tanto en el aspecto físico como en el de la memoria.
Fruto del desconocimiento, en época moderna se identificaba en este entorno lo que se pensaba que era, simplemente, un depósito de agua que surtía a numerosos pozos de las casas del barrio de San Benito. Fue durante la guerra civil española en el siglo XX cuando, de manera fortuita, se produjo un hallazgo que puso a los expertos sobre la pista de la infraestructura original. Al bajar al subsuelo para protegerse de los bombardeos de la aviación, los vecinos observaron que los pozos que tenían en sus casas formaban parte de una estructura diferente y más compleja. A raíz de este descubrimiento, diferentes expertos quisieron indagar y estudiar el monumento sin poder llevar a cabo con propiedad su investigación debida, entre otras causas, a las condiciones de acceso al espacio, ubicado aproximadamente a nueve metros bajo la cota de las viviendas.
El proyecto de restauración y apertura al público requirió de una compleja intervención atendiendo a las circunstancias del territorio. En primer lugar, para acceder a la cota de la cisterna resultaba imperativo levantar un edificio de nueva planta, que sirviera como centro de recepción de visitantes e integrara a su vez la rampa de bajada. Para ubicarlo aprovechamos un área vacía, situada en uno de los márgenes de la carretera más cercana, de forma que no se vieran afectadas las casas emplazadas sobre el conjunto romano. De esta forma, la búsqueda de un acceso a la cisterna acabó generando como añadidos una nueva construcción, un puente en la carreta y un túnel bajo las viviendas.
Este trabajo se ha generado entre dicotomías. Por un lado, tenemos la arquitectura patrimonial, presente tanto en la cisterna romana como en todas las edificaciones domésticas aparecidas durante la intervención arqueológica y también en la nueva construcción que acoge todo el programa. Por otro lado, nos confrontamos con una arquitectura bajo rasante, cerrada, oculta, en la que no entra la luz y, frente a ella, planteamos un nuevo espacio abierto, claro, diáfano. Establecemos así un diálogo entre una arquitectura casi excavada, a modo de cueva, y una nueva construcción que debe contener un planteamiento estereotómico, moviéndose entre la cabaña y un espacio mínimamente construido. Se trata, en definitiva, de un proyecto basado en la interrelación de realidades opuestas y que, frente a la complejidad, propone un discurso sustentado en la sencillez de una arquitectura limpia, geométricamente precisa que no entre en conflicto con la arquitectura heredada.
El terreno en el que se desarrolla el proyecto se ubica en el borde urbano del municipio, en una ladera de lo que fue el epicentro de la antigua ciudad romana. Allí, el nuevo edificio se abre hacia la pendiente, conformando un espacio que, al mismo tiempo, ofrece una lectura clara con respecto al contexto en el que se inserta y sirve de referencia icónica del propio monumento de la cisterna, registrado en el nivel inferior. La construcción se cierra a las arquitecturas domésticas de la zona que, de forma irregular, han conformado un ámbito desprovisto del sentido patrimonial inherente a la arquitectura del subsuelo. Así, con una estructura clara, se configura un espacio para la luz como paso previo antes de acceder al mundo patrimonial de las sombras.
En el sentido inverso, el retorno a la superficie se propone como una dinámica en clave de ascenso permanente, desde la oscuridad del interior de la cisterna hacia el claro exterior. A través de la pasarela suspendida, el visitante transita por un espacio diáfano que no toca las ruinas; puede observar y recorrer una parte de la ciudad romana sin alterarla; y, sin ser quizá consciente, en este deambular actualiza la alegoría platónica de la caverna, alcanzando el conocimiento (en este caso, la comprensión de parte de la historia de una tierra milenaria) después de un viaje a través de los siglos que culmina en el peristilo que le dio la bienvenida
A la Calderona le han dado liebre por gato.
Cuando llegamos a ese hermoso pueblo de Jaén que es Porcuna, nos encontramos a las afueras algo que tiene el aroma de un templo. Como base un cajón de hormigón, cual si de un temenos se tratara, y sobre él un edificio columnado, como si fuera un templo. Como de un Partenón con su base se tratara.
La arquitectura que vemos resuelve de un golpe las funciones allí imprescindibles. Acotar y limitar esa antigua cisterna romana, llamada la Calderona, hacer que la luz natural llegue abajo, al fondo, y cubrir y proteger ese espacio arqueológico.
La solución dada por el arquitecto es de una lógica aplastante. Tras cercar con la caja de hormigón aquella cisterna, y tras anexionar los servicios correspondientes, pone en valor aquellas ruinas romanas con la luz que viene de lo alto a través de ese techo levantado que además de dejar pasar generosamente la luz natural, protege convenientemente la ruina.
Una vez más la arquitectura, el arquitecto, nos da liebre por gato.
Si el encargo nos pide proteger la ruina, el arquitecto no sólo la protege sino que la enmarca y la ilumina y la pone en valor, da mucho más de lo que se le pide, ¡da liebre por gato!
Y si es precioso el paisaje circundante, visto desde arriba enmarcado por la estructura templaria creada por el arquitecto, lo es mucho más tras descender por la pasarela, el estar abajo, dentro de la ruina, dentro de la cisterna romana aliñada con la luz que viene de lo alto, ¡emocionante de verdad! ¡Un dechado de belleza!
Alberto Campo Baeza